Para la persona que lo tiene, un burnout puede ser una experiencia larga y sufrida, en muchos casos hasta con desenlaces dramáticos. El problema es que el que sufre síndromes de burnout, no necesariamente se da cuenta de lo que le está pasando. Simplemente, un buen día ya no se puede levantar de la cama y literalmente deja de ir a trabajar de un día a otro. Algunos no volverán más a trabajar, no se recuperarán más del todo y para ellos todo cambiará. Otros regresan a una actividad laboral solamente después de meses o años y únicamente con niveles de productividad reducidos. 

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El burnout no es una baja de energía o un cansancio temporal, más bien hay que entenderlo como una pérdida de fuentes de energía o hasta un agotamiento definitivo de niveles de energía. Es cuando el cuerpo tira la toalla. Es el inicio de una gran y profunda fatiga crónica combinado con profundas huellas psicológicas que pueden dejar sentimientos de fracaso, humillación y vergüenza. 

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Es crucial evitar llegar al momento que el cuerpo se da por vencido, hay que parar antes de chocar contra la pared, ya que los daños pueden ser irreparables. Si se actúa a tiempo, se pueden corregir, ajustar, recuperar las fuerzas, mantener o volver a niveles altos de eficiencia, si uno lo desea. 

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La clave es entender que el día en que no me pueda levantar más puede ser mañana y que va llegar repentinamente y sin advertencia previa. No hay que contar con una cura efectiva o una recuperación completa después de que realmente se pasó el límite. Por lo general no suele llegar nunca la recuperación completa.  

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Un primer paso hacia la prevención del burnout es entender bien cómo se siente uno cuando está encaminado hacia un burnout. Es importante sensibilizarse en los síndromes para  tomar conciencia de las etapas de la evolución del fenómeno.